ARTE EN CONFLICTO. Parte 2

por | NÚMERO CUATRO

Julio Pastor, Papel picado, pintura acrílica y lápiz de color, 2021.

En memoria de Humberto Spíndola Yáñez (1950-2025)

Vivimos en un mundo globalizado: ropa, autos, enseres domésticos, calzado, herramientas, maquinaria, comida, bebida, materias primas, computadoras, celulares y muebles que circulan por todos los mercados. México no sólo no se salva de ello, sino que es un país netamente globalizado en ambos sentidos: importación y exportación. La gran diferencia está en los productos que se exportan hoy comparados con los de hace cuarenta o cincuenta años, pues de ser un país exportador de materias primas, ha pasado a contar con exportaciones diversificadas, hoy también manda fuera bienes de consumo. Nos guste o no, cambió la imagen de México en el extranjero: pasó del sombrerudo recargado y embozado en el cactus, a la presencia mestiza con una sonrisa que ofrece hospitalidad y trabajo. ¿Y en el arte? Me gustaría que el maestro Humberto Spíndola nos diera su opinión; lástima que ya no va a ser posible. Entonces, probablemente debo presentarlo brevemente antes de entrar de lleno a nuestro tema de esta ocasión.

Humberto Spíndola era una persona muy agradable, con gran conversación y una pasión ilimitada por México y su cultura. Platicar con él era un ejercicio de aprendizaje intensivo sobre varios temas, sin palabras rimbombantes ni tecnicismos innecesarios. Conocedor de la obra de Jesús Reyes Ferreira, Chucho Reyes; maestro en el arte del papel picado, genio de la cartonería, su apodo, por su habilidad, era Tigre de papel. Sus altares de muertos viajaron por varios países; en ese sentido también fue un promotor de la cultura mexicana en el extranjero. Gracias a él, volvieron a la vida los altares de Dolores, en esa faceta, de constructor de altares, fue tradicionalista hasta las últimas consecuencias.

Originalmente, la única pieza reciente que iba a estar en exhibición permanente en el Museo del Barroco era el Arco del Triunfo, en el que, salvo la estructura, que es de MDF, todo lo demás es papel, cartón y carrizo, pintado y dorado, diseñado y construido en su taller. No he conocido a una persona con su pasión por el arte popular que, reconocía, le fue inculcada por aquel tercio de personas al que llamaba Trío Galaxia (Luis Barragán, Chucho Reyes y Mathias Goeritz).

Brenda Castillo, Azalea, 2025

La diferencia entre artesanía y objeto de arte popular para él era clara: la calidad del trabajo, el detalle en éste y el simbolismo que representa. Entrar a su casa o a su estudio era traspasar un umbral y encontrarse con un auténtico museo popular. Un ropero de finales del siglo xix semirrestaurado, para no quitarle la integridad; exvotos con agradecimientos de lo más chuscos, platones de talavera y de cerámica de Guanajuato de gran calidad, que conviven con piezas modernas de diseño limpio; una colección de copas de vidrio verde de diseño intrincado, poco común; las famosas esferas de Guadalajara; palmatorias de bronce y las de cartonería de su autoría; en fin, describir el inventario puede tornarse largo y aburrido, pero lo que me quedó muy claro fue su distinción. Una artesanía puede ser un objeto de arte popular cuando se nota y se siente la maestría en la elaboración de la pieza. La palabra clave es maestría.

El maestro es quien ha recorrido todo el escalafón de su profesión, que básicamente consistía en cuatro niveles: aprendiz, medio oficial, oficial y maestro. Para subir de nivel se requería de práctica y conocimiento.

Brenda Castillo, Sin título (Círculo uno), xilografía, 2017.

Hoy en día los nombres cambiaron, pero prácticamente sigue siendo lo mismo, con la ayuda de la educación técnica. La pregunta es: ¿cómo distinguimos una pieza hecha por un maestro de la de un medio oficial? En algunos casos es difícil para nosotros cuando no dominamos la profesión o no tenemos el ojo entrenado para ello, lo que es más notorio entre una pieza y otra es la calidad. Para hablar de calidad, yo empezaría por la definición más precisa que he encontrado: «es la cualidad o el conjunto de cualidades que distinguen o diferencian una pieza de otra de la misma especie, haciéndola mejor, igual o peor», de acuerdo y simplificando con la Real Academia Española y con los textos de sistemas de calidad que se usan en ingeniería. Entre la artesanía y el arte popular hay un paso pequeño y, para desgracia nuestra, es subjetivo, como también es subjetiva la apreciación de gran parte del arte moderno. ¿Cuáles serían los parámetros para evaluar una pieza de arte popular? Esto es para poder tener un punto de comparación lo más honesto posible. Si regresamos a la definición de calidad, necesitaríamos de dos o más piezas para evaluar sus características, mismas que seguirían siendo particulares. En lo personal, me inclino por el diseño, la manufactura y lo que me transmite.

Humberto tenía una pasión por los colores fuertes; invariablemente evocaba a Chucho Reyes, y entre las piezas de su colección conservaba un muestrario de colores de papel de china, muy bien conservado, el cual usaba don Chucho con Barragán para decidir con qué color se pintaría un muro para resaltar algún espacio. Recordaba a menudo la anécdota de las Torres de Satélite:

El proyecto es de Goeritz, completamente, a Barragán le encargaron que en ese espacio hiciera algo para que los futuros colonos sintieran que no iba a faltar el agua, dado que el terreno era un erial, Barragán pensó en una fuente y Mathias en tinacos para almacenar grandes cantidades de agua, y acomodó de forma escultórica los prismas triangulares. Posteriormente, invitaron a Chucho Reyes para seleccionar los colores.

A la fecha hay quienes siguen discutiendo el papel de cada uno de ellos en las Torres. Lo dejo como anécdota…

Julio Pastor y Yuriria Torres, Fragilidad
urbana 1, acuarela en papel picado, 2023.gs.

El siguiente párrafo lo pudo haber escrito Spíndola, dado que tenía gran cantidad de amigos de otros países. Tuve la fortuna de conocer a algunos de ellos, y era un placer para él llevarlos a pasear por el centro de Coyoacán para que conocieran las artesanías y la comida callejera.

Lo primero que llama la atención a los extranjeros en general es el color, no importa de dónde vienen; para ellos, si pudieran definir a nuestro país en una sola palabra esta sería definitivamente color. Empecemos con lo básico, nuestra comida y sus ingredientes. ¿Cuántos colores de salsas conocemos? No nada más colores puros, los tonos de las salsas tatemadas, las combinaciones del pico de gallo, x-tepec. Agreguemos la gran variedad de frutas como paleta de pintor: amarillo mango, verde sandía, verde manzana, verde zapote, naranja persimonio, beige chicozapote, rosa mexicano pithaya, naranja chabacano, rojo fresa, morado plátano, negro capulín; en fin, es un deleite visual ver un buen puesto de frutas en nuestro país, en especial en los mercados.

Sigamos pues, con las casas. Si hay un pueblo de explosión de color es Tlacotalpan, en Veracruz. Me gustaría definirlo como colorroco, conjuntando el color con el barroco. Así pues, últimamente gracias a la iniciativa de Pueblos Mágicos, vemos un auge del colorroco en diferentes lugares del país. Me sorprende mucho el cambio visual de las colonias de la zona de La Quebrada, la salida a Querétaro y a Pachuca, donde se les invitó y (tengo entendido) se les dio pintura a los vecinos para pintar sus casas y cambiar el gris cemento por un arcoiris, casi como si fuera una pintura expresionista. Por último, las artesanías, los bordados, los huipiles, los alebrijes, los judas, las piñatas, las muñecas de trapo, la cerámica, la platería, la joyería; en fin, al asomarse a un mercado de artesanías, a un bazar o al pasar por una zona típica, vemos una explosión de colores y combinaciones a las que no solemos hacer caso por ser parte de nuestra vida diaria.

Las preguntas que nos quedan son: ¿cómo influyen todos estos colores de México en sus artistas?, ¿realmente los artistas mexicanos los reflejan? En especial las y los jóvenes.

Brenda Castillo, Sin título (Círculo dos), xilografía, 2017.